La generación distribuida (GD) se define, en términos generales, como la instalación de generación a nivel de distribución. No es un concepto nuevo. En varios países las normas que permiten la generación a pequeña escala para autoconsumo, o que permiten ganar créditos de energía, tienen ya décadas. Nuestra región no es la excepción, por ejemplo, Panamá estableció las reglas para autoconsumo en 2008, y uno a uno, los países fueron sumándose con normas que permiten, o incluso, incentivan la GD. En países como México, Brasil y Chile esto ha llevado a un crecimiento exponencial de las instalaciones.
Sin embargo, además de la GD, hay algo que está cambiando. Con el desarrollo exponencial de las tecnologías de información y comunicaciones, la forma en que la GD puede ser operada está pasando de ser un simple “fit-and-forget” (es decir de conectarla y olvidarla) a ser un elemento activo de la red, que puede ser manejado en tiempo real, y coordinado con otros elementos de la red para optimizar todo el sistema. Estamos pasando de un sistema de distribución pasivo, a un sistema de manejo activo, y eventualmente a una verdadera red inteligente.
La generación distribuida y otros elementos que pueden conectarse de forma distribuida, como almacenamiento y vehículos eléctricos, se convierten en recursos energéticos distribuidos (o DER por sus siglas en ingles). El concepto de un “recurso” aquí es clave, ya que explica que los DER son elementos que tienen “valor” para el sistema eléctrico, y que conectados y coordinados de forma óptima proveen “servicios” al sistema.
Estos servicios pueden incluir, por ejemplo, apoyo en el manejo de frecuencia, provisión de energía reactiva, apoyo de generación en punta (ya sea directa, o a través de almacenamiento), o manejo activo de demanda (directo, o a través de almacenamiento). La gama de servicios se amplía cada vez más, a medida que la tecnología y la innovación avanzan.
La revolución de los recursos energéticos distribuidos (DER)
Esta no es solo una revolución tecnológica, sino que es una revolución económica y social. El consumidor, usualmente un actor pasivo, tiene ahora la posibilidad de convertirse en un agente activo, puede generar su energía, puede comercializarla, o, eventualmente, separarse de la red.
El consumidor que antes estaba acostumbrado a simplemente recibir la factura de la luz (a fin de mes), hoy tiene a su disposición la posibilidad de elegir su fuente de energía (renovable, por ejemplo), o saber su consumo en tiempo real. Dueños de vehículos eléctricos se convierten, potencialmente, en vendedores de electricidad, apoyando a la confiabilidad del sistema en caso de un apagón. Tecnologías como blockchain abren también la posibilidad del comercio de energía directamente entre consumidores.
La evolución de los recursos energéticos distribuidos no plantea de ninguna manera prescindir de la red eléctrica. Todo lo contrario, la red eléctrica, se convierte en un elemento habilitante de esta nueva revolución. Sin ella, y sin la posibilidad de que todos los usuarios y DER puedan conectarse a ella, no será posible obtener todos los beneficios que las nuevas tecnologías nos proponen. Para ello, será clave el desarrollo de políticas y regulaciones centradas en el usuario, y no discriminatorias (es decir que permitan a todas las tecnologías conectarse).
Regulaciones y políticas para habilitar la transición energética
De la misma manera, será necesario evaluar los actuales regímenes tarifarios (muchas veces basados en modelos del sector desarrollados en los 90s), a fin de garantizar la recuperación de los costos y la sostenibilidad de todos los actores de la cadena. Se requieren políticas y regulaciones que habiliten todo el potencial de las DER.
Existe otro elemento que también es fundamental: la planificación. La mayor parte de los países tienen un proceso de planificación centralizado, donde se estiman las necesidades de inversión de generación y transmisión con base a una proyección de la demanda para los próximos años o décadas. La proyección de demanda deberá considerar la porción que ahora podría ser suministrada por GD.
Por otro lado, es evidente que los DER no pueden ser planificados (en el sentido de tener una decisión centralizada sobre cuáles, dónde, cuándo y cómo deben instalarse), los DER serán instalados por miles de usuarios no coordinados. No obstante, existen técnicas de optimización y planificación que permiten identificar dónde, de qué tipo y cuándo instalar DER para maximizar los beneficios para el sistema, y minimizar los costos para los usuarios. ¿Por qué es útil esta información? Una integración optima de DER en el sistema significa menores costos para todos los usuarios, y por definición, el ahorro de los recursos económicos de la sociedad (escasos, normalmente).
Estas técnicas de “planificación de DER” pueden dar señales a los reguladores y otros actores, a fin de que ellos puedan crear incentivos adecuados. Por ejemplo, esquemas tarifarios que incentiven la instalación de cargadores de vehículos eléctricos en áreas de la red que tiene excedentes de generación distribuida, o la instalación de sistemas de GD que tienen un perfil que coincide con la demanda en horas pico y permiten disminuir inversiones de distribución o transmisión (aire acondicionado y energía solar, por ejemplo).
Innovación y regulaciones, clave para maximizar los recursos de la transición energética
La cuarta revolución industrial está generando cambios profundos en la sociedad (positivos y negativos). Sumado a eso, tenemos la imperante necesidad de descarbonizar nuestras matrices energéticas para lograr reducir el cambio climático. La innovación tecnológica sin duda es parte de la solución, pero requerirá de políticas, normas y regulaciones que ayuden a maximizar sus beneficios, sin dejar actores fuera del proceso. Hasta hace algunos años, la regulación del sector eléctrico era la que fomentaba la innovación tecnológica. Ahora, es la innovación tecnológica la que lleva la delantera. ¿Estamos listos para el desafío?